Un hombre buscaba la sabiduría. Su compromiso con encontrarla era tal que pensó en dedicar su vida a buscarla. Después de recorrer el mundo entero y no haberla encontrado decidió darse por vencido aun cuando todavía le podrían quedar años de vida.

Un día, mientras pensaba en su aventura fracasada, un monje tocó a su puerta. Al abrir, el monje le saludó y le dijo, “Sé que buscas la sabiduría. No me preguntes cómo lo sé. Cuando tengas la sabiduría entenderás. Hay una mujer en el Himalaya que te dará lo que buscas”. Y diciendo esto se marchó sin más explicaciones.

El hombre, aturdido y confundido, pensó que Dios mismo le había contestado, que le había dado una pista infalible a seguir y decidió no perder un minuto más de su tiempo e ir en busca de la sabia mujer.

Después de varios años de viaje y de haber gastado toda su fortuna en llegar al Himalaya y averiguar acerca de la mujer sabia, finalmente dio con ella y se puso en la enorme fila de personas esperando a ser recibido. Uno de los sirvientes de la mujer sabia le advirtió, “Cuando estés en su presencia te advierto que solo se te permitirá hacerle una y solo una pregunta. A la segunda pregunta que le hagas una hoja de espada muy afilada cercenará tu cuello”. A pesar de la advertencia, decidió seguir en la fila de espera.

Años después de esperar en la fila finalmente llegó su turno, el momento que había esperado toda su vida. Cuando vio a la mujer y descubrió que se trataba de la mujer más bella y hermosa que jamás antes había visto, cayo fulminantemente enamorado de ella. No podía articular palabra, hasta que un sirviente le recordó que tenía que formular la pregunta.

Era su oportunidad de encontrar la sabiduría. Con los labios temblando, las manos sudando y su cuerpo rígido, su lengua empezó a hablar y pronunció la única pregunta a la que tenía derecho “¿Estás casada?”.

La bella mujer sin inmutarse un ápice contestó amablemente la pregunta hecha por el eterno buscador de sabiduría, “No”.

Desde luego, el hombre de esta historia que leí hace algunos años en un hermoso libro del padre jesuita Anthony de Melo, no es el único que desperdicia oportunidades en este mundo.

Yo conozco varios, incluso uno muy cercano que en este momento está sentado en mi misma silla.

Cada momento encierra una oportunidad. Ya sabe que la palabra “crisis” significa las dos cosas, crisis y oportunidad. Y aunque, tal vez, vivir la crisis no es una elección personal, encontrar la oportunidad en la crisis sí lo es.

Esta crisis es una tremenda y única oportunidad de aprender a controlar el EGO a través de dominar dos disciplinas; la disciplina de la aceptación y la disciplina de experimentar el ahora y el yo esencial.

El sufrimiento viene de la no aceptación de lo que es. No aceptar las cosas como son es un camino seguro al dolor y a la locura. No hacer nada ahora por cambiarlo si no me gusta lo que estoy viviendo es el camino directo al infierno final.

Cuando algo no nos agrada o causa dolor nos quedan a elegir tres opciones: cambiar; si no podemos cambiarlo, movernos; y si no podemos cambiarlo ni movernos, solo nos queda aceptarlo. Aceptarlo no es resignarse, es una señal de intelecto elevado, porque lo que es, es. Desear que no sea lo que ya es, es cercano a la estupidez. Si tengo que estar confinado o recluido, y no puedo cambiarlo ni moverme, solo queda aceptarlo. Aceptarlo no es disfrutarlo, es encontrar la oportunidad. Es dejar de quejarse o molestarse por lo que ya es. Y es que lo que ya es lo es de manera inevitable, porque ya es.

Para aceptar lo que es y encontrar la oportunidad solo tenemos que experimentar el ahora. El problema es que en el ahora lo más probable es que me encuentre conmigo mismo. El único momento en que yo soy yo, por raro que le parezca, es ahora. El EGO, esa personalidad adquirida y artificial, tratará de llevarme al pasado o al futuro para que no tenga la oportunidad de darme cuenta de que no soy mi EGO, para que no pueda “conocerme a mí mismo”.

Al conocerme a mí mismo, al presentarme ante mi ser esencial, me daré cuenta de lo extraordinario que soy, de la grandeza profunda que yace en mí, de todo el enorme poder que me liberaría de inmediato de cualquier circunstancia dolorosa y que es mi esencia natural.

Pero el problema es que la mayoría de los humanos no aguantan más de un par de minutos estando a solas consigo mismos. Antes de ni siquiera habernos presentado ya la mente me estará llevando por caminos tortuosos del pasado o los impredecibles del futuro. Estaré más lejos de mi mismo que si me hubiera ido de viaje a las antípodas.

Y si supero esos dos minutos iniciales en los que me pasaré los ciento veinte segundos buscando una televisión, si hay mensajes en el móvil o, al menos, una radio que me distraiga, me sorprenderé al encontrarme con la persona más fascinante de toda mi vida: yo.

Es momento de probar la meditación. La meditación, en mis palabras, se define como la manera de experimentar el ahora y, como consecuencia, entrar en contacto con mi yo esencial librándome de la tiranía del EGO. Aunque Allan Watts decía que si meditabas para lograr algo entonces no meditabas pues el resultado de la meditación es la meditación en sí misma.

Es verdad. Cualquier cosa que busque como resultado de meditar estará en el futuro lo que hará que mi mente se salga del ahora. Una contradicción en sí misma pues meditar implica la total presencia en el ahora.

Pero lo cierto es que, aunque no busque resultados meditando, los tendrá. Muchas personas piensan que nada será igual después de esta experiencia, que nadie será el mismo cuando la vida regrese a la normalidad, que tenga por seguro que lo hará.

Yo no estoy de acuerdo. Mi impresión es que regresaremos a los mismos patrones de conducta, en muchos casos autodestructiva, tanto personales como sociales. Porque en confinamiento hemos seguido siendo los mismos, sin desprendernos de nuestro EGO ni para dormir.

Pero si aprovecha esta oportunidad única y medita, si decide pasar algunos momentos en su sola y exclusiva compañía, las revelaciones serán de tal grado y profundidad que entonces sí le puedo asegurar que la vida no será ya nuca más la misma. Ni usted tampoco.

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