Y por qué es una habilidad fundamental que cualquier ejecutivo desearía dominar

Cada vez que escalo soy perseguido por un perro llamado ego.

Friedrich Nietzsche

Un estudio detallado de las causas de los principales problemas de integración y clima laboral en las empresas llegó a la conclusión de que la principal causa de dichos problemas era el mal manejo del EGO. No se trataba de puntos de vista, argumentos o razonamientos diferentes, no. Eran simplemente situaciones egotistas, basadas en una defensa acérrima del estatus personal, de la más simple y pura versión de egos descontrolados.

Otras conclusiones del estudio mostraron que

tampoco se encontraron o identificaron problemas de falta de intelecto o de la preparación suficiente para la realización del trabajo. Todos los ejecutivos observados poseían dotes intelectuales superiores al promedio y su entrenamiento formal era más que suficiente, como es costumbre en las sociedades contemporáneas.

Es obvio concluir que, habiendo problemas de integración y de ambiente de trabajo, la productividad de la empresa no puede ser ni cercanamente buena. También es obvio deducir que, si la productividad es baja, los beneficios también lo serán, así como las probabilidades de que la empresa supere la siguiente revolución económica y social que seguramente será antes de que termine el presente año.

Los problemas de Ego no están únicamente en las empresas, cualquiera con un poco de autoconciencia los puede identificar rápidamente detrás de cualquier conflicto familiar o personal. Ya sea en el ambiente de trabajo o en el familiar, existen conductas repetitivas que demuestran que es el Ego el que está en control, control que nuestro ser esencial ya ha perdido. Las siguientes son las conductas egotistas más frecuentes demostrativas de que el EGO está conduciendo el autobús y nosotros vamos sentados en el asiento de atrás.

  • Tener la razón. ¿Nunca ha sido testigo o protagonista de una situación en la que dos o más personas están empeñadas en tener razón? Note que ya el asunto es tener razón y no aplicar la razón. Es desquiciante. Y somos tan inteligentes que desarrollaremos todo un conjunto de argumentos lógicos que demuestran que mi punto de vista es el válido, de hecho, el único válido. Es nuestro EGO fortaleciendo su identidad asumida y con tanta falta de confianza que lucha denodadamente por no ser vencido, como si le fuera la vida en ello, como si al perder demostrásemos que no valemos nada. Puede que piense que estoy exagerando, pero si lo piensa bien, eso es exactamente lo que damos a entender cuando el único objetivo que perseguimos es tener la razón.

Los psicólogos sociales han identificado una situación en la que podemos caer fácilmente y que denominan disonancia cognitiva, es decir, cuando defendemos al mismo tiempo dos situaciones que son opuestas entre sí. Un ejemplo, digamos que no le voy a un equipo de fútbol como el Barsa pero que como un cliente mío es del Barsa me veo forzado a hablar bien del equipo. Estoy cayendo en una disonancia y la tengo que eliminar ya sea cambiando mi afición por el Barsa o desdiciéndome de mis palabras. Esta extraordinaria teoría explica el porqué de muchas conductas humanas que caen en la categoría de lo inexplicable. El asunto es que cuando queremos tener razón y no la tenemos entramos en una disonancia cognitiva entre nuestra identidad personal percibida y el hecho de tener razón. No tenerla no corresponde con lo que nosotros pensamos de nosotros mismos, caemos en disonancia si lo hacemos y la única manera de eliminar la disonancia, es decir, la contradicción, es cambiar una de las dos cosas: o admitimos que la otra persona tiene la razón y cambiamos nuestra identidad, es decir, admitimos que no somos tan listos, o encontramos la manera de vencer a la otra persona.

Aunque le cueste creerlo, yo he asistido a discusiones en las que el jefe ha terminado por aplicar un “el jefe siempre tiene la razón” porque esa figura de autoridad no contaba con argumentos suficientemente convincentes. En otras ocasiones he podido ser testigo de subordinados que dan la razón a sus jefes aun sabiendo que no la tienen. Es interesante porque estas personas saben internamente que ellos tienen la razón por lo que no caen en disonancia y conservan su trabajo. Es más, puede incluso que lleguen a gozar de notables promociones y ascensos laborales.

  • Destacar o ser reconocido. En ocasiones, el EGO se hace presente tratando de destacar por encima de los demás, buscando patológicamente un reconocimiento de los demás para poder seguir respirando en este mundo. ¿Cómo es posible que no se hayan dado cuenta del gran trabajo que realicé? ¿Cómo es posible que ni siquiera me hayan mencionado? Estas y muchas más son preguntas egotistas que nos hacen perder miserablemente el tiempo, nos hacen sentir mal y nos vuelven improductivos, despistados e ineficaces. Sé que es inútil mencionar que el único reconocimiento válido es el que nos damos a nosotros mismos, pero la necesidad de reconocimiento de los demás es tan fuerte que si alguien nos quiere manipular les estamos abriendo una puerta tan grande como la de Alcalá para que lo hagan. Cuando ser reconocidos es una obsesión dejaremos todo lo que estamos haciendo para buscar desesperadamente que los demás se den cuenta de nuestra existencia.

En el año 2007, se realizó un interesantísimo experimento en el metro de Washington. Josh Bell, un extraordinario violinista se puso a tocar en ropa de calle y con un violín de más de 4 millones de dólares de coste, pidiendo limosna a quienes pasaban por ahí. Una entrada para ver un concierto de Josh costaba cientos de dólares y, sin embargo, ese día Josh solo consiguió recaudar 31 dólares. Nada mal para uno de los mejores violinistas del mundo. Ahora bien, si las personas comunes no pueden reconocer y apreciar a un genio del violín, ¿cómo espera que le reconozcan a usted?

  • Liderazgo basado en identidad social. Existen dos tipos de liderazgo, el personal y el posicional. Mientras que el primero es permanente el segundo es perecedero pues depende de cuánto tiempo ocupamos una posición. En este segundo tipo, el liderazgo o poder lo da la posición, pero no lo ostenta la persona. Los líderes más admirados del mundo lo son porque, además de su posición de mando, poseen habilidades personales que hacen que los demás, subordinados inclusive, los admiren. Estos subordinados dicen cosas como “ha sido un honor trabajar con él o ella”, “me hizo aprender muchas cosas que hoy en día me son invaluables”.

Jim Rohn, el famoso filósofo de negocios norteamericano fallecido en el año 2009, alcanzó la fama hablando de un jefe que tuvo, Earl Shoaff, de quien aprendió su filosofía de vida. Earl murió joven, a los 49 años, pero en vida había sido capaz de comprometer a Jim a hacerse millonario a los 31 años. Jim logró cumplir su meta un año después del fallecimiento de Shoaff, quien, aunque no pudo estar presente, lo siguió estando en todas y cada una de las conferencias que impartió Jim en el mundo entero.

Otra manera en la que el EGO se aferra al liderazgo o al poder, aun no teniendo una figura de autoridad de la cual colgarse, es la que se conoce como Liderazgo Metonímico (este nombre es invento mío así que, por favor, deme mi crédito correspondiente). Seguro que usted, al igual que yo, ha visto como asistentes de personas de mucha autoridad o poder ejercen un poder similar, a veces incluso superior, al de la persona que asisten. Todos hemos sabido de casos del “hermano del personaje político” que ha realizado pingües negocios a la sombra de quien verdaderamente ostenta el poder, o de la secretaria del presidente a quienes todos temen en la empresa. En otras ocasiones, encontramos a ejecutivos que buscan compartir espacio o reuniones con personas de poder para que los demás trabajadores de la empresa les asuman con algo de ese poder. “El jefe me invitó a la reunión” o “me fui a comer con el jefe” son frases que inspiran autoridad y no son utilizadas solamente con intención informativa sino más bien manipulativa.

O buscan que la oficina se encuentre cerca de las de los grandes directivos que, por motivos desconocidos por mi al menos, siempre colocan dichas oficinas en los pisos más altos de cualquier edificio. Ha de ser una especie de protección a los subordinados ya que en caso de que se caiga el edificio por cualquier motivo, los de arriba se caerán más fuerte y, por lo tanto, se harán más daño. En todo caso, es evidente que es el EGO el que está conduciendo todas estas conductas psicóticas y que le cuestan enormes cantidades de dinero a la empresa por cuanto que en vez de preocuparse en cómo deleitar a los clientes, los ejecutivos y directivos emplean tiempo y recursos en resolver estos asuntos realmente mundanos. Una forma de identificar a las personas que buscan el poder egotísticamente es observar si buscan eso únicamente, el poder y el puesto, o también se han detenido a considerar las responsabilidades que todo puesto de mando conlleva.

Deja tu ego en la puerta cada mañana y simplemente haz un gran trabajo. Pocas cosas te harán sentir mejor que un trabajo brillantemente hecho. –

Robin S. Sharma.

  • Ceguera sincronística. El término “sincronicidad” fue acuñado por Carl Gustav Jung, un controvertido psicólogo que en sus inicios fue discípulo de Freud y, con los años, acérrimo enemigo. Por sincronicidad Jung se refería a todos esos acontecimientos o experiencias de vida, sobre todo las relacionadas con el conocer a personas concretas, que significarían, en palabras de Jung, una coincidencia causal que nos serviría para lograr cumplir la misión o destino reservado para nosotros en este mundo. Es decir, que no conoceríamos a la gente que conocemos por simple y llana casualidad sino porque de alguna forma, los necesitamos para alcanzar nuestro destino de la misma forma que estas personas nos necesitan a nosotros para alcanzar sus destinos personales. Verdad o no, suena como una maravillosa manera de rendir tributo a todas las personas con quienes nos encontramos a lo largo de nuestras vidas, de darle sentido a las experiencias con las que lidiamos en el transcurso de esta magistral obra de teatro que denominamos existencia.

Pero el EGO, incapaz de percibir causalidades o sincronicidades, se enfoca únicamente en su propio beneficio, olvidándose por completo que una sincronicidad implica dar y no solamente recibir. Las personas con ceguera sincronística causada por el EGO son incapaces de contribuir a los logros y el crecimiento de otros y solamente creen en la posibilidad de usar las relaciones para ellos alcanzar estatus de vida superiores.

  • Orientación a lo negativo y a las ineptitudes de los demás. Una estrategia del EGO para resaltar entre todos los compañeros de trabajo es la de magnificar consistentemente las debilidades y errores de los demás. No hace falta demostrar lo bueno que soy, con demostrar que los otros son peores es suficiente y, con frecuencia, realmente lo es. Es la estrategia preferida, por ejemplo, por los políticos modernos, acrecentada dramáticamente en periodos electorales. Se dedican enormes cantidades de dinero, tiempo y recursos a encontrar asuntos negativos, obscuros, incluso ciertamente lamentables, de los oponentes políticos. En verdad que algunos de estos descubrimientos no pueden ni deben pasarse por alto, pero en otras muchas ocasiones se trata solo de faltas del pasado que demostraron momentos de debilidad como los puede tener cualquier ser humano. Y es tan intenso este procedimiento de encontrar cosas negativas y magnificarlas que las personas, los ciudadanos, terminan votando por el menos malo o cayendo en clichés del tipo “todos son iguales”.

Newton decía que había sido capaz de grandes logros porque se había puesto de pie sobre los hombros de personas más grandes que él. Una empresa que sabe manejar el EGO identifica a las personas más sanas, y por lo tanto más valiosas, al darse cuenta de que son capaces de valorar en qué son buenas las personas con quienes trabajan y no en qué fallan. Al identificar sus fortalezas están, aun sin quererlo, construyendo caminos seguros a grandes y significativos logros.

  • Visión cortoplacista. Es frecuente también que un EGO fuera de control nos impida pensar en que el futuro, que aun no existe, puede que algún día sea presente. Si solo buscamos el beneficio a corto plazo, es probable que estemos cultivando los problemas que en un futuro acaben con nuestro crecimiento. Lejos de interpretar este aspecto como tomar decisiones basadas en el futuro únicamente, lo que puede representar perdernos preciosos momentos del presente, se trata de entender que el único momento que tenemos para hacer las cosas bien es este, aquí y ahora. El único instante que tenemos para dar lo mejor de nosotros a los demás es este, de nuevo aquí y ahora. Por eso, los grandes líderes, sin dejar de mirar al futuro, usan el presente para dar y no para recibir.

Por ejemplo, un buen vendedor no trabaja con los clientes pensando en la comisión, que, de manera evidente, se encuentra en el futuro y es posible que, aun habiendo logrado la venta, no llegue nunca a cobrarla. No quiero ser negativo sino preciso, pero ninguna persona que yo conozca tiene asegurada su existencia un número definido de años, por lo que morirnos antes de cobrar lo que nos hemos ganado es también una posibilidad. Un buen vendedor sabe que lo más precioso que tiene en sus manos es la posibilidad de tratar de ayudar a que ese cliente tenga una vida mejor gracias a que entraron en contacto. Y ese momento es aquí y ahora, justo cuando está usted leyendo o escuchando este artículo.

Además, pensar en el futuro de los demás para contribuir con este aquí y ahora nos puede ahorrar sorpresas desagradables. Hace algunos años, como 30, tuve un jefe en la primera empresa de consultoría en la que trabajé que, además de menos apto y entrenado que yo, era déspota, engreído y cínico. En una ocasión en la que estábamos preparando una presentación importante para el director de la empresa cliente, este atrevido e irresponsable personaje se atrevió a pedirme que dejase todo lo que estaba haciendo y que fuese a recoger a su mujer al aeropuerto ya que estaba por llegar.

Aunque apreciaba mi trabajo y sabía lo que me jugaba decidí negarme a hacerlo. En primer lugar, yo era el principal coordinador de la presentación mientras que mi jefe no tenía ni idea de qué habíamos hecho. En segundo lugar, me parecía humillante que usase a su segundo de abordo como conductor de Uber. Así que me negué argumentando que no podía dejar lo que estaba haciendo dada la importancia de la reunión del día siguiente.

Me miró y me dijo, con cara de odio según recuerdo, “¿Te estás negando a hacer lo que yo te pido?”. Tragando saliva le dije que sí, que me negaba y que le pedía que lo entendiese. Sin más tomó el teléfono y se comunicó con el director general de la empresa, jefe de ambos, y le contó mi insubordinación además de solicitarle que me despidiese de manera inmediata. Carlos, que así se llamaba mi jefe directo, era todo un EGO descontrolado en ese instante. Larry, el gran jefe, pidió hablar conmigo. Le expliqué entonces como estaba todo el asunto y, para mi sorpresa me pidió firmemente, pero con amabilidad, que hiciese lo que Carlos me había solicitado y que fuese a buscar a su mujer al aeropuerto.

Asentí (a Larry si no me atrevía a decirle que no a nada) y le pedí las llaves del coche a Carlos. Antes, Larry me había pedido que le dijese a Carlos que se pusiese al teléfono de nuevo. Ante los ojos de todos los que estábamos en ese momento presentes y que éramos todo el equipo, pudimos observar sin escuchar, cómo Larry le ponía una regañada mayúscula a Carlos y le colgaba el teléfono. Este, sin darme las llaves, se levanto de su lugar y se fue, supongo que a recoger a su mujer él directamente. No volví a ver a Carlos que dejó la empresa un par de semanas después. Nunca le guardé rencor, aunque es evidente que me hizo pasar por momentos muy desagradables.

La historia tiene sentido porque 5 años después de este incidente, siendo yo ya Vicepresidente de Análisis de la empresa, Larry, quien todavía era el director general y, por lo tanto, mi jefe, me pidió que entrevistara a un candidato a ser contratado como jefe de proyecto, es decir, con ya cierta jerarquía sin necesidad de pasar por los puestos más bajos. Abrí la puerta del despacho donde el candidato me esperaba y me encontré de frente con Carlos, mi antiguo jefe, quien me saludo como si toda la vida hubiéramos sido grandes amigos.

Sé lo que está pensando y cree que ese fue mi momento de vengarme de los malos momentos que Carlos me había proporcionado y debo reconocer que tuve ganas de venganza, lo admito. A pesar de sus lágrimas (sí, lloró delante de mi) no lo contraté o, para ser más precisos, no autoricé su contratación, pero únicamente por motivos profesionales, estrictamente profesionales.

No es la única historia que tengo de que la vida da muchas vueltas, pero esta es la más divertida que recuerdo.

Estas seis maneras en las que el EGO muestra su control, yo también las llamo las 6 trampas de EGO en la empresa, cuestan dinero, grandes cantidades de dinero, a las organizaciones. Pero no solamente eso, de la misma forma que al imperio romano, le pueden causar a la empresa la desaparición del mercado, aun habiendo reinado por siglos, metafóricamente hablando.

Es muy importante que todas las personas en la empresa, pero sobre todo las más representativas a la hora de tomar decisiones, aprendan lo que se conoce como EGO Management, ya sea meditando, viajando al Tíbet o haciendo un curso de EGO Management como el que nosotros estaremos estrenando en un par de semanas en nuestro centro de formación.

En cuanto al viaje al Tíbet es una buena solución, aunque algo engañosa. Alguien cercano me comentó que viajó a la India a una inmersión en un monasterio Veda a domesticar su EGO. Hoy en día, su EGO, lejos de estar domesticado, le hace creer que se ha convertido en un gurú que puede dar consejos de vida a todos los que le rodean, aun no habiendo estos sido solicitados. Es tan solo un EGO que cambió de identidad pero que sigue llevando el volante en el autobús.

Una formación en EGO Management debe de integrar en los participantes las siguientes habilidades:

  1. Aprender qué es el EGO, y aprender a identificar todas las trampas que nos pone para mantenerse al mando.
  2. Controlar el EGO y aprender a tomar decisiones libres de egotismo.
  3. Ser capaces de rediseñar nuestro EGO, porque lejos de tratar de matarlo, lo que es una tontería, debemos de ser los arquitectos del mejor EGO que podemos ser cada momento de nuestra vida.
  4. Aprender a separar los sentimientos de las circunstancias y ser capaces de alcanzar la felicidad en cualquier momento y en cualquier lugar, pero sobre todo aquí y ahora.

La próxima vez que se suba a una escalera para alcanzar un mayor nivel de evolución personal y conciencia, hágalo porque quiere seguir descubriendo y creciendo y no porque le persigue un perro.

Para terminar y mejorar la retentiva de las 6 trampas, pruebe a resolver la siguiente sopa de letras.

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