The Great Reset

O por qué el orden de los factores sí altera el producto

«Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo».

— Mahatma Gandhi

La Programación Neurolingüística y el Great Mind Reset

Enero de 2020 en un pequeño y súper rico pueblo de Suiza llamado Davos. En este exclusivo resort de esquí, se reúnen los hombres y mujeres más ricos y poderosos del mundo en lo que se conoce como el World Economic Forum o, en Castellano, el Foro Económico Mundial. Entre suntuosas comidas, bebidas exclusivas y reuniones al más alto nivel, llegan a una solemne conclusión. Antes de analizarla, debemos tener en cuenta otros aspectos.

Como cada año que se reúnen desde 1971, año de su fundación, le proporcionan al mundo de los mortales y pobres, o pobres mortales, una importante recomendación que está pensada para mejorar la vida de los seres humanos en general y la de ellos, los súper ricos y ricas, en lo particular, aunque esto último no se menciona en absoluto.

Las conclusiones y recomendaciones a las que llegan son abiertamente publicadas y dadas a conocer al público en general, aunque es probable que nadie las entienda tan bien como ellos. Normalmente son vagas, inespecíficas, subjetivas y poco claras, pero la de junio del 2020 es, casi con seguridad, la más obscura de todas.

Pues bien, los hombres y mujeres más importantes y poderosos del mundo concluyeron que el mundo, sí, el mismo en el que ellos viven fenomenalmente bien sin que yo, por lo menos, tenga algo en contra, ya no tiene arreglo y que la única solución es apagarlo económicamente y volverlo a encender con toda una serie de reglas nuevas que nadie, ni siquiera ellos, conoce.

El pomposo nombre de este apagón fue denominado Great Reset, el Gran Reinicio, y, dado su obscurantismo, ha despertado cualquier cantidad de teorías conspiratorias, alimentadas frenéticamente por las curiosas medidas tomadas en muchos países de detener toda actividad económica. Muy parecido a ese necesario apagón del que las élites hablan.

Verdad es que en muchas ocasiones la única forma de arreglar el mal funcionamiento del ordenador es un reinicio. Hasta los teléfonos móviles claman por un proceso similar de vez en cuando. A veces, si es muy grave el desperfecto del aparato, solo nos queda la opción de restaurar los valores de fábrica, lo que implica perder cosas valoradas, que no valiosas, en el proceso.

Los seres humanos no somos muy diferentes y, afortunadamente, no es necesario que reiniciemos desde un punto de vista biológico. Con el psicológico o mental es más que suficiente. El tema de la resurrección está poco explorado todavía y parece que, salvo un hecho aislado del pasado, nadie más jamás ha experimentado tal proceso de resucitación.

Pero regresando al único reinicio que tenemos a la mano, el mental, lo cierto es que a veces es también la única solución. O nos reprogramamos desde el origen de los programas, lo que implica deshacer los programas mentales ya existentes, o estaremos condenados a repetir una y otra vez las conductas inadecuadas que nos han llevado al lugar desafortunado en el que muchas personas están.

¿Es importante cambiar nuestros programas internos para lograr aquellas metas que nos ponemos en la vida pero que después de muchos intentos y fracasos abandonamos por imposibles? Todo indica que sí. De todas formas, dados los enormes cambios perpetrados en nuestras vidas con la excusa de la pandemia, es evidente que los programas antiguos ya no son útiles para el nuevo mundo que, desafortunadamente, ya llegó y parece que de manera permanente.

Esta élite davosiana se atreve incluso a predecir que la nueva normalidad representará para una gran cantidad de humanos un desplazamiento de sus fuentes tradicionales de trabajo e ingresos, en una nueva sociedad totalmente digitalizada a la que estos humanos desplazados no podrán, ni, aunque lo intenten, adaptarse. La brecha tecnológica entre la media humana y las nuevas tecnologías ya llegó, según ellos, a desplegar una distancia insalvable. Ya ni hablemos de Bitcoins o Inteligencia Artificial.

La conclusión es obvia: vamos a necesitar cambiar. De hecho, ya sería hora de que hubiésemos cambiado nuestra forma de pensar, actuar y hablar. Aunque en matemáticas el orden de los factores no altera el producto, en la vida real no siempre es así. En realidad, debíamos habernos transformado antes de que un ente externo, es decir, una combinación de la generación de políticos más ineptos de los que haya tenido noticia la humanidad y un virus desconocido y peligroso, nos obligase a transformarnos. La gallina antes del huevo, vamos.

Lo importante es que no importa el orden de los factores, podemos y debemos cambiar. Jamás será tarde. Y para dirigir este proceso de transformación personal existe la Programación Neurolingüística (PNL por sus siglas en castellano), la ciencia de la conducta desarrollada en los años 70 y que forma ya parte inseparable del mundo moderno, aunque ni cuenta de ello nos demos.

Es imposible entender el beneficio de aprender PNL hasta que ya la has aprendido y es cuando experimentas su enorme valor. Es como una vacuna, solo hasta ponértela y no enfermarte te das cuenta de que fue efectiva, porque la inyección en sí no significa nada, no cambia nada, vamos.

Desarrollar y aprender este tipo de disciplinas no solamente nos hace más aptos para la nueva normalidad, cualquiera que esta sea. Además, nos permite una mayor libertad de pensamiento dado que ya controlo mejor mis procesos de pensamiento e impido que otras personas me inoculen las ideas que quieran inocularme sin mi consentimiento. Me da, por así decirlo, mayor libertad de acción y pensamiento.

Si yo fuera uno de estos lideruchos que sintieron que la pandemia les venía como anillo al dedo para hacer que sus responsabilidades se diluyesen en el mundo de la impunidad, haría hasta lo imposible para que los ciudadanos gobernados no aprendan a controlar sus cerebros y pensamientos. Prohibiría, si fuera posible hacerlo, que las personas aprendiesen PNL o que hiciesen crecer su Inteligencia Emocional. De hecho, te aseguro que hay sociedades en las que estas disciplinas han sido prácticamente proscritas.

Así que cuando alguien me cuenta de los peligros del Gran Reinicio, mi comentario inmediato es que una Gran Reinicio del que yo plateo aquí no solamente es bueno, es imprescindible. Lo correcto hubiera sido crear en nosotros un cambio que nos permitiera crear un cambio en el mundo, tal como expresaba Gandhi: Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo.

Cambiar forzados por la realidad es el peor escenario posible, pero si ese es el único que sabemos usar, que así sea. Es lo que Eckhart Tollé denomina “el camino de la cruz”, en el que solo cuando alcanzamos cotas de dolor insoportables, es en ese momento que hacemos algo para solucionarlo.

Esperemos que, en el próximo congreso del Foro Económico Mundial en Davos, los líderes pertenecientes a la élite mundial nos recomienden un cambio personal para que todos juntos diseñemos un mejor mundo en el que vivir, y no al revés. Sería un Great Reset, sin duda, pero libre de teorías conspiratorias.

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