Las malditas nominalizaciones

Vivo con cierto interés el desarrollo político y social de los dos países que se encuentran en mi corazón, México y España. Muy lejos de hacer un artículo de opinión, lo que no es ni remotamente mi intención, voy, sin embargo, a usar dos acontecimientos que acaban de suceder en ambos países. Me refiero en concreto a los comunicados que los presidentes de dichos países acaban de enviar a los ciudadanos que presiden, nunca mejor dicho.

En el caso de España, se trata de un comunicado oficial para presentar o proponer, no queda muy claro, qué estrategia se va a seguir para superar las crisis económica y sanitaria que asolan actualmente a España. En el caso de México, se trata del tradicional informe que cada primero de septiembre dan todos los presidentes, en el que dan cuenta de sus logros, retos futuros, amenazas y estrategias a seguir para superar los obstáculos que se presenten.

Voy a hacer un breve análisis lingüístico de ambas comunicaciones con la intención de mostrar cómo un uso inadecuado de unas palabras denominadas nominalizaciones pueden afectar negativamente nuestras vidas. Y, en el caso de estas personas de poder, las vidas de otros.

Antes, puede resultar importante entender la diferencia entre lenguaje preciso y lenguaje impreciso. La definición de precisión es, de por sí, imprecisa a más no poder. ¿Qué es una comunicación precisa? En realidad, nadie sabe ni puede expresarlo con precisión.

En primer lugar, debemos de entender cómo nos comunicamos los seres humanos entre nosotros. Para comunicarnos primero debemos tener una experiencia personal que será la que quisiéramos comunicar. Esta experiencia, procesada neurológicamente en nuestro cerebro a través de los estímulos recibidos por nuestros cinco sentidos, no posee ningún significado intrínseco. Desde luego que va a tener un significado para la persona que experimenta, pero será, en todo caso, el que esta persona le de basada en sus propios criterios particulares. A estos criterios particulares los vamos a llamar Filtros Perceptuales y son establecidos a lo largo de los primeros años de vida.

Ya tenemos una experiencia y ya le hemos dado un significado, una interpretación (en términos muy generales, la interpretación puede ser comprendida como una experiencia agradable o desagradable, por ejemplo). Ahora queremos comunicar dicha experiencia a otra persona para que sepa cómo nos sentimos.

La experiencia percibida y representada internamente, a la que le hemos dado un significado muy particular, forma parte de lo que en lingüística se conoce como Estructura Profunda del Lenguaje y es eso, muy profunda. Tanto que nadie más que uno mismo puede saber qué hay en ella. Cuando la externamos, usamos las palabras, a las que se les conoce como Estructura Superficial. De manera inevitable, entre la experiencia vivida y la llamada Estructura Profunda ya existe una enorme pérdida de información, fundamentalmente porque la mayoría de la información existente en la experiencia de vida no nos es relevante.

Pero el problema es que, entre la Estructura Profunda y las palabras, la Estructura Superficial, también se pierde, por definición y de manera inevitable, otra enorme cantidad de información. Esta vez, no tanto por la ausencia de relevancia sino por la incapacidad de las palabras para expresar la riqueza de la Estructura Profunda de nuestro pensamiento. Y es aquí donde entran las Nominalizaciones y la definición de Precisión.

A estas alturas, ya tenemos elementos suficientes para definir la palabra precisión.  Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que una comunicación precisa es aquella que es absolutamente idéntica en su estructura superficial y en su estructura profunda. Lo cual, de entrada, es imposible. Por lo tanto, la precisión absoluta no es un objetivo lógicamente deseable por inalcanzable. Pero no se desespere ni inquiete, que la precisión absoluta no es imprescindible para lograr una buena comunicación.

Lo que necesitamos es ser suficientemente precisos para lograr que nuestras solicitudes se transformen en conductas y, para ello, no es necesaria la precisión absoluta. Con una precisión relativa es más que suficiente.

Para lograr esta precisión relativa, pero suficiente, solo debemos tener cuidado de ciertas expresiones que violan la precisión necesaria para una comunicación asertiva adecuada y evitarlas o precisarlas. Entre estas palabras o expresiones se encuentran las nominalizaciones.

Quisiera no complicarlo, pero a lo mejor soy incapaz. Lo intentaré de todos modos. ¿Cómo aparecen las nominalizaciones en nuestro lenguaje? Verá, aparecen por la necesidad de expresar experiencias que no son concretas o tangibles. Por ejemplo, cuando usamos el verbo “pensar”, que no expresa una acción concreta, tangible o descriptible, producimos una nominalización a la que llamamos “pensamiento”. La palabra pensamiento es una nominalización, porque hemos convertido en un “nombre”, hemos nominalizado, una acción poco específica, pensar.

Veo la estatua de El Pensador de Rodin y veo a un hombre haciendo exactamente nada. O, al menos, haciendo algo que no es fácil de describir o entender.

Hay muchos verbos inespecíficos similares a “pensar” y, de la misma forma, existen muchas nominalizaciones. De amar surge la nominalización “amor”, de cantar “canto”, de comer “comida”, de mentir “mentira, de sentir “sentimiento”. El problema de todas estas palabras es que no existen en la realidad. Nadie lleva varios sentimientos en el bolsillo por si se encuentra con un velorio por el camino. Y todo lo que no existe no tiene definición precisa, por definición.

Es por ello por lo que son las palabras preferidas de los políticos, porque pueden prometerlas y no hay forma de verificarlas. Ahora sí podemos entrar a revisar los comunicados de los presidentes mencionados anteriormente, el de México y el de España. Ambos pueden ser descritos como políticos más preocupados por la forma que por el contenido, más preocupados por la propaganda que por los resultados, más orientados a obtener el poder que a usarlo para mejorar la vida de los gobernados.

En el caso del español, el primer discurso que profirió después de sus vacaciones y que dio lanzamiento al periodo de regreso al trabajo estuvo lleno de la palabra “unidad”, que viene del verbo inespecífico UNIR. Según los estudiosos del mensaje utilizó la palabra unidad 38 veces. Usted puede pensar que “todos” sabemos o entendemos lo que unidad significa, pero está equivocado. Haga un experimento y pídales a unos diez amigos que le envíen diez palabras que relacionen con la palabra “unidad”. Reunirá cien palabras, al menos y, le aseguro que, si encuentra 1 palabra coincidente entre todos, tiene tanta suerte que le recomiendo comprar un billete de lotería en este instante.

Al presidente mexicano le encantan las palabras inespecíficas tales como “progreso”, “corrupción”, “conservadurismo”, “neoliberalismo” y muchas más. Nadie entiende a qué se refiere por neoliberalismo, pero todos están de acuerdo, los que lo apoyan, en que hay que eliminarlo. El problema es que nunca sabrán si eliminaron esa cosa o no porque nadie sabe qué es.

El presidente mexicano es también muy amigo de los Sustantivos Inespecíficos, es decir, de hablar de personas sin mencionar a nadie en concreto. Por ello habla de los “conservadores”, “neoliberales”, “neoporfiristas” y cualquier cantidad de adjetivos que se refieren a personas no identificadas en las que entra cualquiera contrario a sus ideas.

Los políticos, y no creo equivocarme con lo que voy a afirmar, deben de ser inespecíficos, porque no hay manera de que cumplan lo que van a prometer. Pero en la vida personal la inespecificidad se paga y muy caro.

Personalmente me da igual la clase de individuos que nos gobierna en el mundo porque la vida que pretendo mejorar, si soy capaz, es la de mi lector. Y si hay algo que necesitamos a la hora de hacer nuestros deseos realidad es ser específicos.

Para ser exitosos queremos experimentar “amor”, “felicidad”, “prosperidad”, “riqueza”, “Paz mental”, “tranquilidad”, “aceptación”, y muchas otras experiencias.

¿Qué tienen en común todas estas palabras? Sabía que lo acertaría. Son nominalizaciones, es decir, no tienen definición y, por lo tanto, no se pueden experimentar a menos que sepamos a qué nos referimos con cada una de ellas.

¿La solución? Muy sencilla, pero no fácil:

  1. Haga una lista de las cosas que desea experimentar en su vida, que son importantes para usted.
  2. Cree una definición para cada cosa que desee. Por ejemplo, “amor”. Puede ponerle una definición como que se sentirá amado cuando tenga alguien a su lado que le haya prometido amarle hasta la muerte, independientemente de si será capaz o no de cumplirlo.
  3. Busque que esa definición sea posible, puede que difícilmente probable pero posible al menos.
  4. Busque que esa definición se pueda dar con cierta frecuencia, huya de las cosas que solo se dan “una vez en la vida”. Al experimentar lo que desea con más frecuencia hará que su vida valga la pena.

Tal vez, mientras haga estos pequeños cambios siga gobernado por alguien estúpido, pero habrá entendido que para cambiarlo primero tendrá que cambiar usted. La única revolución válida es la interior. Lo demás es maquillaje.

Y, ¿qué tienen de malditas las nominalizaciones? Nada si la persona a quien nominaliza no sabe de lingüística. Pero si sí sabe, le va a hace cumplir lo que prometió y, tal vez, eso sea imposible.

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