El significado de Mindfulness

Se habla mucho últimamente de la experiencia plena del momento presente, del Mindfulness. El buen Eckhart Tolle ha desarrollado una labor ya imborrable para la espiritualidad del mundo.

Y, sin embargo, vivir el momento parece abstraernos de lo que es crear un mañana mejor. Disfrutar del ahora nos aleja de un posible futuro prometedor. Pero, comenta Eckhart, el futuro no existe, sólo existe el ahora. Y la lógica de esto es incontrovertible. Cuando el futuro llegue con el tiempo, se tratará simplemente de otro ahora, de otro momento presente.

Aumentar nuestro nivel de conciencia, darnos cuenta del sentido de la vida, parece tener que ver con una experiencia plena del momento presente, sin tener la mente en el pasado o en el futuro. Eso es lo que se conoce como Mindfulness.

Lo anterior es fácil de decir, pero, sin embargo, parece difícil de lograr. Por lo menos para la mayoría de los mortales. Y es entonces cuando un montón de personas tratan de comercializar sus llamadas técnicas de “mindfulness” o de lo que sea, con tal de experimentar el momento presente. Pero esto es solo una ilusión porque el momento presente no se alcanza con una técnica. El mero hecho de usar una técnica ya nos coloca automáticamente en el futuro, donde reside el resultado de la técnica. Es decir, uso una técnica ahora, aunque no la disfrute, con tal de que, en el futuro, logre experimentar el nirvana.

No pierda tiempo ni dinero. Existen drogas que lo hacen más rápido y barato, si es que lo que busca es el Nirvana, claro.

Pero entonces, ¿es una estupidez plantearse metas u objetivos? ¿Es absurdo tener sueños de un mundo mejor? Sí y no. Es absurdo por cuanto el único momento real es este, el ahora. Y no lo es porque el siguiente ahora puede ser más pleno en términos de experiencia en el mundo de la forma, de lo tangible.

Es como tener comida de gato preparada por si el gato de Schrödinger está vivo cuando abra la caja.

Como quiera que sea, la aparente realidad es que los seres humanos podemos experimentar tres estados del tiempo (presente, pasado y futuro) y necesítanos aprender a conciliarlos adecuadamente.

De los tres, el que parece menos relevante, o de hecho nada relevante, es el pasado. Sin importar lo que nosotros recordemos haber experimentado, es posible que no haya ocurrido nunca. Otro día escribiré o hablaré del pasado, en el futuro, pero ahora quisiera enfocarme en la conciliación del presente y del futuro. Y es que, no he tenido buenas experiencias en el pasado cuando hablaba del pasado. Siempre ha sido un tema delicado y ahora hasta parece pasado de moda.

He identificado tres caminos que los seres humanos usamos para conciliar nuestra experiencia del presente con una necesidad interna que tenemos de pensar en el futuro.

El camino de la lógica.

Probablemente el camino más común, el más usado, vamos. Primero pienso o establezco un futuro deseable. Para hacerlo uso la lógica, como, por ejemplo, defino qué tan posible es que ese futuro se haga realidad. Calculo mis posibilidades, verifico mis capacidades y mido mi verdadero nivel de ambición (“¿Realmente deseo tener un Mercedes? ¿Para qué? ¿Cuánto consume de gasolina?”, etc.). Entonces decido qué quiero, o qué creo que puedo lograr. Acto seguido veo y calibro lo que estoy haciendo ahora, mi trabajo actual. La lógica me dice que mi trabajo no da para mis sueños o metas, por ejemplo, por lo menos no en el tiempo que yo había pensado. Ahora pienso que o me cambio de trabajo o me resigno a no obtener lo que deseo. La lógica así lo indica. Además, ¿cuáles son las probabilidades lógicas de que me toque la lotería, por ejemplo? ¿O de que esa idea nueva que se me acaba de ocurrir tenga el éxito que deseo?

El camino de la lógica difícilmente nos lleva a nuestros sueños y, en el proceso, solo contribuye a estropear el momento presente, a arruinarlo. Y como el momento presente, el ahora, es el único que tenemos, este camino nos augura una vida de dolor, sufrimiento y resignación. Lo sé muy bien, es el camino que yo más frecuento.

El camino de la motivación o del dolor.

También llamado el camino de los conflictos artificiales, es otro camino de abundante tráfico. Personalmente yo he incursionado en este camino con resultados mixtos, pero finalmente sin alcanzar lo que quería o buscaba. La idea de este camino es perseguir consistentemente la insatisfacción como medio de motivación. Las personas que lo tomamos nos decimos con insistencia que si no logramos nuestras metas vamos a ser unos fracasados.

Un viejo conocido de un negocio de multinivel me decía que la mejor forma de hacer el negocio en el que se vendían unos kits de inicio, era comprar muchos de estos kits y tenerlos en casa, a la vista, para que nos sirvieran de motivación y nos moviéramos para salir a venderlos. Es una especie de “quemar las naves” para que no quede más remedio que movernos hacia la meta. Por eso se llama “conflicto artificial”.

A veces es la vida la que quema las naves y, entonces, o nos movemos o lo perdemos todo. Esto, lejos de ser un drama, es la vida diciéndonos por dónde ir. Es guía, no motivación basada en el dolor.

El problema de usar la insatisfacción como medio de motivación es que se vuelve una adicción. Un hábito maldito del que no podemos escapar, un vicio, en pocas palabras. Los perfeccionistas caen con frecuencia en este tipo de motivación negativa o motivación por dolor.

Pase lo que pase, el momento presente está permanentemente estropeado. Nuestra vida será una continua sucesión de momentos efímeros de placer inmediatamente cambiados por la siguiente inyección de insatisfacción que nos permitirá seguir moviéndonos hacia ningún lado.

El camino del propósito.

Cuando nos dejamos de preguntar “por qué me pasa esto o lo otro” o “para qué me pasan las cosas” o “cómo puedo aprender de este drama que estoy viviendo”, renuncio al conocimiento y a la lógica y me dejo llevar, sabiendo que en la vida todo tiene sentido lo entienda o no, es entonces que puedo experimentar algo muy parecido a la paz.

Los católicos lo llaman “estado de gracia” y los orientales Satori o iluminación, pero en esencia es lo mismo, creo yo.

La lógica me dice que mi trabajo actual no me puede llevar a dónde quiero, es imposible que lo haga. El propósito de mi vida me dice exactamente lo contrario. De hecho, es precisamente lo que estoy haciendo, mi trabajo actual, lo que me llevará a un momento presente de experiencia de mis sueños, tal como yo los deseo, aunque yo no entienda en este momento como esto va a pasar.

Hacer lo que tengo que hacer con pasión y entrega es la mejor forma de cambiar el mundo. Lo leí por primera ocasión en un libro llamado “La ciencia de hacerse rico” y he tardado años en entenderlo. No es hacer lo que disfrutas sino disfrutar lo que haces.

En el camino del propósito tienen sentido las sincronicidades, las casualidades, las coincidencias, los eventos aparentemente fortuitos, el entrar en un local y conocer, como por casualidad, a la o las personas que te llevarán, sin saberlo, a tus sueños de vida, de la misma forma que tú, sin saberlo, los estás llevando a ellos, si tienen sueños, claro.

Si junta unos sueños personales de plenitud, un futuro que enamora, con un trabajo realizado con pasión y entrega, la vida se alineará a su diseño. Aun no tenga sueños o metas de futuro de desarrollo y crecimiento, con entregarse en cuerpo y alma al trabajo que realiza o a lo que sea que tenga que hacer, por ejemplo, estar con su pareja o hijos, las metas y su destino se le revelarán misteriosa pero inevitablemente.

Y si este fuese su último acto de existencia, si lo ha disfrutado, si está en paz, sepa que su vida ya tuvo sentido. Habrá unido pasado, presente y futuro en un solo instante, su última respiración. ¿Está respirando?

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