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Estamos inmersos en un proceso dramático de cesión de poder. No me refiero a gobiernos, autoritarios en esencia, que aprovechan esta pandemia para dictar nuestras vidas, que también, sino a un proceso completo de cesión de poder personal en el que estamos metidos la mayor parte de la humanidad en estos momentos.

Este artículo es acerca de responsabilidad, su prima hermana la culpa, el poder personal y su pariente cercano el poder posicional. Hemos rechazado la responsabilidad por nuestras vidas, aceptado a ser dirigidos en base a la culpa suprema, rendido en su totalidad nuestro poder personal para cambiar las cosas y, finalmente,

estamos esperando que alguien o algo nos saque de donde estamos. Yo los llamo los cuatro jinetes del infortunio.

Y ya basta.

Esto que comento no está pasando bajo nuestra atenta conciencia sino de manera extremadamente sutil e inadvertida pero un sincero análisis de la situación te debe de llevar exactamente a estas mismas conclusiones. Estamos a merced de las circunstancias.

Y ya basta.

Porque, aunque la apariencia es que estamos a merced de las circunstancias, la verdad es que no lo estamos. Pero antes de hablar de los cuatro jinetes de esta historia, te comparto una historia personal.

En 1994 me encontraba trabajando como consultor en una planta cementera, en una población del sureste de México llamada Macuspana y estaba, literalmente, en medio de la selva. Era el primero de enero y a unos dos mil metros, más o menos, se levantaron en armas los indígenas de la región de Chiapas bajo el liderazgo de un tal Subcomandante Marcos y con el nombre de Ejército Zapatista de Liberación Nacional iniciaron una lucha por recuperar sus derechos y su dignidad que trascendería las fronteras del mismo México.

Inmediatamente el ejército mexicano tomó control de la fábrica de cemento para proteger el arsenal de explosivos que esta instalación poseía, explosivos que se usaban rutinariamente para las excavaciones de la materia prima del cemento, en la mina adyacente al horno de producción. La idea era evitar que los explosivos cayesen en manos de los rebeldes.

Una auténtica guerra se estaba librando a un par de kilómetros de mí, aunque debo decir que jamás estuve bajo la más mínima amenaza. Lo lamento por los cientos de campesinos indígenas que murieron a manos de los soldados mexicanos, superiores en número y en armamento, pero inferiores en motivación. Desde luego, lo lamento también por los inocentes soldados mexicanos que también murieron y, a lo mejor, sin saber realmente por qué.

Ese año, el 94, transcurrió con muchas dificultades para México, con un nunca explicado magnicidio de un candidato a presidente del partido gobernante y una devaluación de la moneda local, el peso, de enormes proporciones y daños para la economía nacional. Y del mundo. A partir de entonces, los malos manejos financieros de México y su incapacidad para cumplir los compromisos de pago recibieron el nombre de “Efecto Tequila” en los organismos financieros internacionales.

Según me explicó en años posteriores un director financiero de una empresa importante, ese mismo año un tal Soros, un tal Reichmann y un tal Slim, iniciaron un ataque contra la moneda mexicana provocando la salida de miles de millones de dólares de las reservas internacionales de México las cuales pasaron de 35 mil millones en enero a menos de 5 mil millones en diciembre. “Nosotros monitoreábamos cada mes el valor de las reservas internacionales y de repente, desde septiembre del 94 el Banco de México dejó de publicar este dato”, me comentaba mi amigo financiero en ese entonces.

Paul Reichmann, genio de los bienes raíces

1930-2013

México tenía un tipo de cambio controlado por el gobierno que no flotaba libremente en función de la demanda sino en función de las necesidades del presidente de turno. El caso es que en los dos años que siguieron al 94, la crisis financiera permitió que los especuladores mencionados anteriormente se pudiesen hacer de miles de propiedades a precios basura para venderlas posteriormente al triple o cuádruple de lo que pagaron.

Y esta historia, la cual por cierto no tengo idea de si corresponde a lo que realmente ocurrió con Soros y compañía, no tendría la menor relevancia si no fuera porque yo constituí mi primera empresa también en ese mismo año. Reales son los datos financieros, los montos de la reserva internacional de México y la tremenda devaluación sorpresiva de diciembre de ese año. Real es también que, en junio de 1994, junto con los peores socios que podría haber elegido, formé la empresa consultora TARO que en japonés significa “hombre fuerte” (esta fue una coincidencia porque el nombre venia de las iniciales de Técnicas Avanzadas de Reingeniería Organizacional, pero me di cuenta de que el significado japonés llamaba mucho la atención).

Cuando en enero de 1995 mis clientes me cancelaban todos los proyectos uno tras otro por los efectos de la devaluación de la moneda, supe inmediatamente que la empresa, mi primera empresa, tenía los días contados.

La apariencia era que mi empresa había quebrado por los efectos de la crisis; la realidad es que estaba fundada sobre arena y no sobre roca, usando la famosa metáfora de Jesús. La verdad es que quebré por una mala selección de socios, por no tener una estrategia de negocios competitiva y adecuada, por carecer de fortalezas financieras de cualquier tipo, y algunas otras deficiencias, así que cuando vino una tormenta se cayó como castillo de naipes.

La realidad es que la crisis venía muy bien para el ego, que le gusta pensar que no tiene la culpa de nada y que no es responsable de situaciones macroeconómicas sobre las que, aparentemente, no se tiene ningún control. Las cosas “me pasaron” y yo no pude hacer nada para evitarlo.

De hecho, un análisis serio quizás te haga darte cuenta de que no solamente me pasaron las cosas, necesitaba que me pasaran. Un inepto gobernante de un país, mostrando una absoluta insensibilidad por las personas afectadas, llegó a mencionar hace unos días que esta crisis sanitaria le venía como anillo al dedo para sus planes personales. La realidad es que, a veces, las crisis nos vienen como anillo al dedo para evitar responsabilidad personal y culpa.

Tengo que reconocer que la crisis, cualquier crisis, es la mejor excusa que nadie puede encontrar. Lo que me lleva a los cuatro jinetes del infortunio.

Si hay algo que podemos aprender de los difíciles momentos que estamos viviendo prácticamente a nivel mundial es que siempre tendremos problemas. La segunda cosa que tenemos que aprender es que siempre los superaremos, no importa qué tan grande puedan parecer. Para ello tendremos que conocer a los cuatro jinetes uno a uno.

Responsabilidad

Un hombre sabio me dijo una vez que si algo tiene que suceder entonces tiene que depender de mí y de nadie más. Sigue las recomendaciones sanitarias y todo lo que quieras, pero muévete. Es nuestra responsabilidad. Responsabilidad se define como la “habilidad de responder”. Está bien que algunos gobiernos hayan implementado programas para ayudarnos a pasar este momento difícil, pero si no lo hubieran hecho, como sí sucede en muchos países, nosotros saldríamos adelante. Si te empeñas en hacer historias de horror de tu futuro estás olvidándote de tu auténtico poder. No importa qué tan mal esté nuestra situación, te aseguro que existen formas de darle la vuelta hacia arriba tan rápido como se vino abajo. El hecho de que no sepamos cómo hacerlo no significa que no exista una manera. Si alguien se acerca y te dice que ya nada va a ser igual y que no vamos a poder levantarnos en mucho tiempo dile que ya basta y aléjate.

 Cuando te llegue el jinete de la responsabilidad, aunque no se detendrá para llevarte, trata de subirte lo antes que puedas. Este caprichoso jinete espera que tú te subas sobre la marcha, pero no dudes ni por un momento que te llevará a grandes logros y valdrán la pena los esfuerzos empeñados en subirse.

Culpa

La culpa es un poderoso enemigo y un imbatible motivador. Los padres de casi cualquier humano la usan con cierta maestría. A la ausencia de culpa se la denomina sociopatía y parece que los gobernantes de muchos países dominan la sociopatía con suma destreza. No importa. Cuando escucho a personas decir que los humanos tenemos la culpa de lo que está pasando por nuestra irresponsable conducta con el planeta o que si no nos confinamos o comportamos como nos indican nuestras beneméritas autoridades seremos culpables de una tragedia aun mayor, me doy cuenta de que nos están manipulando con enorme eficacia. No eres culpable de nada. Ni del efecto invernadero ni de que un virus esté campando a sus anchas por todos los países del mundo, como viene sucediendo desde que el humano es humano y camina en el planeta tierra. Cuando llegue este jinete no te subas. Te llevará directo al victimismo y a la dependencia y, después de un tiempo, no te podrás bajar nunca.

Cuando aumenta nuestro nivel de consciencia nos damos cuenta de que las cosas se hacen no porque nos sintamos culpables sino por amor. ¿Vamos a salvar al planeta por culpa? Mejor respetemos al planeta porque lo amamos. Lo anterior quiere decir que, si el planeta no estuviera dañado por nuestra actividad contaminante y no sustentable, entonces ¿seguiríamos desperdiciando y contaminando como siempre? Si amas algo lo respetas, lo cuidas. La culpa se cura con amor. Hay un político que dice que va a eliminar la delincuencia con amor. En verdad el amor es la fuerza más poderosa del Universo. El error del este político es no entender que mientras se curan hay que meterlos en la cárcel para que no hagan daño.

Poder posicional.

El poder posicional es una apariencia de poder que se experimenta cuando se ocupa una determinada posición o lugar. En realidad, es la posición la que tiene el poder y no uno mismo. También se da poder posicional a cosa externas, a cosas que no nacen de nuestro interior. Cuando pensamos que alguien más es la respuesta a nuestras plegarias o que un traje hace nuestra imagen o una amistad puede determinar nuestro futuro, por ejemplo, estamos cediendo poder, estamos otorgando poder posicional. Cuando hacemos esto y perdemos aquello de lo que obtenemos poder nos hundimos en lo más profundo de nuestra incompetencia.

El jinete del poder posicional es tremendamente flexible, paciente y manipulador. Subirse es muy fácil y una vez arriba del caballo empezamos a experimentar esa sensación falsa de poder que embriaga y que termina por confundirnos, haciéndonos pensar que ese poder va a ser eterno mientras tengamos lo que lo otorga. Pero todo en la vida es perecedero por lo que aquellos que ceden su poder a algo externo terminarán por experimentar incapacidad supina hasta en las cosas más simples. Y cuando menos nos lo esperemos el jinete nos dará una patada en el trasero y nos tirará del caballo. Subirse al caballo del poder posicional no es tan malo como parece. El truco está en jamás confundirnos, en siempre seguir construyendo el verdadero poder, el que nace en el interior y que es el último jinete.

Poder personal

Se define como la capacidad de actuar para lograr nuestra plena expresión, en ausencia de fracasos o culpas porque todo es aprendizaje y siendo consciente de que vivimos en un mundo perecedero en el que solo existe el ahora para hacer aquello que nos nace de nuestro interior como deseo. Es un jinete difícil de domar y del que te puedes caer muchas veces, pero te dará cuantas oportunidades necesites hasta que llegues a tu destino de grandeza.

A veces, desarrollar el poder personal necesario para conquistar tu vida requerirá cambios. El Poder Posicional confunde y si has sobrevivido muchos años basándote únicamente en ese poder, tendrás sin duda un problema de ego y necesitarás realizar una reingeniería.

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Puede que ahora estés pensando que lo que nos está pasando está fuera de nuestras capacidades, más allá de nuestro poder. Puede que estés sintiendo que necesitas un milagro o una ayuda de alguien externo, sin la cual no existe posibilidad de que superes esta situación. Puede que te sientas víctima totalmente de las circunstancias y que te hayas dado por vencido.

Y ya basta.

Porque todo lo anterior son mentiras, apariencias. La realidad es que podemos vencer esta situación, cualquier situación, lo sepas o no, lo creas o no. Y esto no es motivación sino conocimiento. Súbete al jinete del poder personal y alternándolo con el de la responsabilidad sigue adelante sin ver para atrás, y confía. Si crees que no estás sintiendo miedo en estos momentos, déjame decirte algo: estás sintiéndolo. Pero como decía Jim Rohn, el valiente no es el que no siente miedo; es el que sigue adelante a pesar de sentirlo. Y mientras te mueves, recuérdate recordar que ya basta.

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